Por: Jorge Morales-Franceschi
Érase una vez, un inteligente y
talentoso contador llamado Juan, este muchacho de 25 años llevaba ya 3 años
trabajando para una prestigiosa empresa de la localidad. El ansiaba mucho el
ascenso a vicepresidente de finanzas, más la oportunidad no se le había
dado. Pasaron los meses, y aquel señor
que ocupaba dicha posición (vicepresidente de finanzas) le llegó la jubilación.
Juan decidió aplicar para el puesto. El proceso de filtro fue riguroso y al
final solo quedaron dos candidatos (más de 50 personas aplicaron); Juan y una
muchacha de nombre Paula.
Paula solo tiene dos meses
trabajando en la empresa y no esta en primer año de la universidad. Tiene 25
años y es la amante del presidente de la junta directiva de la empresa, quien
es precisamente el encargado de nombrar al nuevo vicepresidente de finanzas.
A pesar que Juan tiene la
experiencia en el área, la antigüedad en la empresa y los estudios académicos,
el presidente de la junta directiva nombró a Paula como nueva vicepresidente de
finanzas, solamente por el hecho de ser su amante y de ser una mujer muy
hermosa. Esto, a sabiendas perfectamente que quizás Paula no es la persona
idónea para ocupar dicho cargo.
Como la historia de Juan hay
muchas; pues desafortunadamente es una realidad que se ve en muchas empresas
hoy en día.
No puede ser posible que para
conseguir un ascenso en una empresa, es requisito indispensable ser agraciado físicamente;
ser amigo de parranda del jefe o inclusive verse en la necesidad de indisponer
a algún compañero de trabajo con el fin de obtener lo que se desea.
La ética profesional no es algo
que se enseña en una universidad, vivimos en un mundo donde la falta de ética termina por socavar las oportunidades de crecimiento laboral del mismo modo que las oportunidades de desarrollo, donde solo sobrevive el más fuerte o
el más astuto; tenemos que hacer la diferencia para alcanzar las metas
propuestas, sin necesidad de perjudicar a otras personas.
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