La muerte, parece ser un tema que muchos tratan de esquivar, aun cuando sabemos que es inminente, preferimos pensar en un futuro mejor, en positivo, al fin y al cabo, ¿Qué sentido tendría levantarme siquiera de la cama, si se que he de morir?
Vemos la muerte como algo tan
lejano, y a la vez tan cercano, como las hojas que caen de los árboles en estación
seca, o como el cielo nublado que vemos a lo lejos, cual indicativo que esta
por llover; cuando estamos en estación lluviosa. Al final, nunca estamos
preparados para ella, sino hasta el momento que le tenemos cara a cara.
Desde que empezó la pandemia
Covid-19, muchos médicos especialistas predijeron que, de darse un mal manejo
de esta, llegaríamos a ver a muchos conocidos y familiares fallecer ante esta
funesta enfermedad, nuevamente algo tan lejano, pero a la vez tan cercano. Al escuchar
esas declaraciones en los medios, un tanto fatalistas tomando en cuenta que Panamá
tuvo desde el principio, medidas extremadamente estrictas (que incluso rayaron
en lo absurdo) para mitigar los efectos de la pandemia.
¿Qué tan preparado se puede estar
para sobrellevar este tipo de situaciones? La verdad es que nunca, ni en el
peor escenario posible, se puede estar preparado para ver morir a alguien con
quien compartiste tantos momentos: alegrías y tristezas, triunfos y fracasos.
Hace algún tiempo atrás, escribí
algunas líneas sobre la ironía, y creo que este sería otro ejemplo que calza
muy bien a la situación, imagine vivir por veintisiete años con una enfermedad
que no tiene cura y que requiere un tratamiento periódico para estar bajo
control, haber sobrevivido a toda clase de enfermedades, que dada la condición
pudieron ser letales, y aun así sobrevivir a todo ello, y que sea precisamente
esta pandemia, lo que le haya llevado a la muerte. Imposible es hoy, no pensar que,
de no ser por la pandemia, muchos años más le quedaría de vida.
Vituperio hacia el destino, cual
niño que llora cuando sabe que se ha portado mal y que le van a regañar, no es
mas ni menos importante que, ese sin sabor de experimentar, la perdida de un
ser querido. Y son muchos, los que muy probablemente estén experimentando esa sensación
en este momento, que ni tintero, pluma y papel, habría en el mundo suficiente,
para poder describirlo en letras, y hablarlo a viva voz mucho menos, pues le hiciera
un nudo en la garganta.
Y aun si te dijeran, con ese ímpetu
que caracteriza a los optimistas olímpicos, que todo estará bien, que ahora
esta en un mejor lugar, y que las personas solo fallecen cuando las borramos de
nuestra memoria, al final solo queda el regocijo de los buenos momentos, y esa
sensación, que, de no ser por esta pandemia, hoy todo sería igual que antes.
En este punto, de la vida
comprendida; tanto o más aflige, como una daga al pecho, la empatía que la indiferencia; dependiendo de con quien estemos hablando.